Últimamente ya no sé que hacer, y a veces tengo la sensación de que nadie me deja hacer nada. El caso es que no quiero beber porque lo que quiero es emborracharme, pero puede que si me tomara una copa lograra doblar cosas, ¿sabéis? Como el aspecto del mundo, por ejemplo. O incluso el tiempo. Ahora mi vida se pierde a lo lejos como una autopista que no va a ningún sitio. Como una de esas autopistas de las praderas en las que puedes ir a ciento treinta, ciento cincuenta, ciento sesenta, y la única pista de que estás volando es el sonido del motor y la aguja del depósito que se inclina hacia abajo cada vez más deprisa. Sin referencias con las que medirse ni medir tu propia velocidad. Ni árboles, ni edificios; con suerte te toca una ristra de postes de teléfono, pero casi siempre, nada.

Canciones de amor a quemarropa, Nickolas Butler

Tienes el deber patriótico de cumplir como un campeón.
¿Ah, sí?
No.
¿Entonces qué?
Yo qué sé.
Haz lo que quieras.
¿Y qué es lo que quiero?
Quiero ser dos personas al mismo tiempo. Para que una pueda escapar corriendo.

La constelación del Perro, Peter Heller
El cuerpo de la chica se cimbreaba ligeramente de lado a lado.
Yo no podía hacer nada, mi cuerpo era como los pájaros que se posan en las líneas telefónicas tendidas sobre el mundo, cuando las nubes mecen los cables con cuidado.
Me tiré a la chica.
Fue como ese eterno segundo 59 que se convierte en un minuto y luego parece un poco avergonzado.
-Bien -dijo la chica, y me besó en la cara.

La pesca de la trucha en América, Richard Brautigan
Puntos de vista
o
tus Razones hoy
o
pasemos a través de una Guerra.

Lamentablemente,
todo es
darle un sentido
a la supervivencia.

Las normas del vertedero, Riot Über Alles
Una vuelta y somos distintos, ya no somos los mismos de antes. Nunca más. Ni siquiera esas estrellas. Incluso las estrellas decaen, se desploman, se unen, se separan. Cierro los ojos. Es lo que hay dentro de mí. Lo que se mueve en mi interior, lo que nada en el dolor como un pez ciego que no se detiene jamás. Es lo que vive, lo que permanece. Revive, renueva el amor y el dolor. El amor es el lecho del arroyo y el dolor lo llena. Lo llena con lágrimas todos los días.

La constelación del Perro, Peter Heller
Sobrar

es
algo
que todos hacemos
antes o después

aún
la suerte
llega

aquel
que decida por mí
sea
el primero

en besarme.

Las normas del vertedero, Riot Über Alles
Estoy destrozado. Lo que demuestra que nunca es demasiado tarde para aprender. Aunque me pregunto qué significa eso.

Un general confederado de Big Sur, Richard Brautigan
A veces lo que se va vuelve, pero nunca acaba exactamente en el mismo sitio, ¿te has fijado? Como un disco sobre un plato, lo único que hace falta es variar un surco y el universo se transforma en otra canción completamente distinta.

Vicio propio, Thomas Pynchon
El mundo puede ser peor, una pendiente de degradaciones e insomnios en las que rueda la indignidad hasta corromperlo todo, hasta oxidar los recuerdos, hasta poner en duda la materia que hace posible el amor, la alegría y la conciencia. Puede ser un circo en una ciudad dispuesta a aplaudir, y a opinar, y a calificar del uno al diez a las dos fieras que se destrozan en la pista. Nosotros, que nos quisimos tanto, nosotros, tan civilizados por una cultura nueva y tan deleznables como las alimañas de siempre.

No me cuentes tu vida, Luis García Montero

Lee Mellon miraba al cielo. A veces, cuando conoces a alguien, se queda mirando al cielo. Lo miró durante mucho rato.
-¿Qué? -le dije, porque quería ser su amigo.
-No son más que gaviotas -repuso-. Mira ésa.
Señaló una gaviota, pero no supe cuál de ellas señalaba, porque había muchas, invocando el alba con sus voces. A continuación estuvo un rato sin decir nada.
Sí, uno podía pensar en gaviotas. Estábamos terriblemente cansados, con resaca y aún borrachos. Uno podía pensar en gaviotas. Es algo muy sencillo... gaviotas: el pasado, el presente y el futuro pasan casi como redobles de tambor hacia el cielo.

Un general confederado de Big Sur, Richard Brautigan
-Ese es el error -dijo al cabo de unos segundos, sin quitarme su mirada fija de encima ni variar su postura, como si en vez de hablar estuviera atendiendo-, un error propio de niños en el que sin embargo incurren muchos adultos hasta el día de su muerte, como si a lo largo de su vida entera no hubieran logrado darse cuenta de su funcionamiento y carecieran de toda experiencia. El error de creer que el presente es para siempre, que lo que hay a cada instante es definitivo, cuando todos deberíamos saber que nada lo es, mientras nos quede un poco de tiempo. Llevamos a cuestas las suficientes vueltas y los suficientes giros, no sólo de la fortuna sino de nuestro ánimo. Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato. Que la persona sin la que no podíamos estar y por la que no dormíamos, sin la que no concebíamos nuestra existencia, de cuyas palabras y de cuya presencia dependíamos día tras día, llegará un momento en que ni siquiera nos ocupará un pensamiento, y cuando nos lo ocupe, de tarde en tarde, será para un encogimiento de hombros, y a lo más que alcanzará ése pensamiento será a preguntarse un segundo: '¿Qué se habrá hecho de ella?', sin preocupación ninguna, sin curiosidad siquiera. ¿Qué nos importa hoy la suerte de nuestra primera novia, cuya llamada o el encuentro con ella esperábamos anhelantemente? ¿Qué nos importa, incluso, la suerte de la penúltima, si hace ya un año que no la vemos? ¿Qué nos importan los amigos del colegio, y los de la Universidad, y los siguientes, pese a que giraran en torno a ellos larguísimos tramos de nuestra existencia que parecían no ir a terminarse nunca? ¿Qué nos importa los que se desgajan, los que se van, los que nos dan la espalda y se apartan, los que dejamos caer y convertimos en invisibles, en meros nombres que sólo recordamos cuando por azar vuelven a nuestros oídos, los que se mueren y así nos desertan?

Los enamoramientos, Javier Marías

Hay un dolor del que no sabes cómo escapar. No puedes aplacarlo con palabras. Si al menos hubiera alguien con quien hablar. Puedes andar. Primero un pie, luego el otro. Inspirar, espirar. Beber del arroyo. Mear. Comer tiras de venado. Dejar su cecina en el camino para los coyotes y los arrendajos. Pero es una pérdida que no puedes metabolizar. Está en las células de tu cara, en tu pecho, detrás de los ojos, en los pliegues de tus entrañas. Músculo nervio hueso. En todo tu ser.
Al andar lo impulsas hacia delante. Cuando sueltas el trineo y te sientas en un tronco caído y... Te lo imaginas a tu lado, hecho un ovillo en la mancha de sol o tumbado encima de tus pies. No te encuentras muy bien. Entonces el Dolor se sienta junto a ti, te rodea los hombros con su brazo. Es tu mejor amigo. Constante. Y por la noche no puedes soportar oír tu respiración sin el contrapunto de otro aliento, y bajo la gran quietud se oye, como una banda sonora, el estruendo de la catarata de todas las cosas que te van arrebatando. Entonces el Dolor se tiende a tu lado, pegado a ti. Ni siquiera te molesta con el ruido de su respiración.

La constelación del Perro, Peter Heller
Los vivos son los que son una vergüenza. ¿No lo crees tú así? Los muertos no le dan guerra a nadie; pero lo que es lo vivos, no encuentran cómo mortificarle la vida a los demás. Si hasta se medio matan por acabar con el corazón del prójimo. Con eso te digo todo. En cambio, a los muertos no hay que aborrecerlos. Son la gran cosa. Son buenos. Los seres más buenos de la tierra.

Un pedazo de noche, Juan Rulfo
En las canciones de Bruce Springteen o te quedas y te pudres, o te escapas y te quemas. Eso está bien; por algo es un cantautor y necesita opciones así de simples para sus canciones. En cambio, nadie ha descrito nunca en una canción que es posible escapar y pudrirse: hay fugas en las que te sale el tiro por la culata, y también te puedes ir de la periferia para vivir en la ciudad, para terminar llevando una vida periférica, suburbana y arrastrada de todos modos. Eso es lo que me pasó a mí; es lo que le pasa a casi todo el mundo.

Alta fidelidad, Nick Hornby
El saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo. Todo puede comprarse, es cierto. Desde los parlamentarios hasta los juicios, desde el poder hasta el éxito: todo tiene un precio. Pero no el conocimiento: el precio que debe pagarse por conocer es de una naturaleza muy distinta. Ni siquiera un cheque en blanco nos permitirá adquirir mecánicamente lo que sólo puede ser fruto del esfuerzo individual y una inagotable pasión. Nadie, en definitiva, podrá realizar en nuestro lugar el fatigoso recorrido que nos permitirá aprender. Sin grandes motivaciones interiores, el más prestigioso título adquirido con dinero no nos aportará ningún conocimiento verdadero ni propiciará ninguna auténtica metamorfosis del espíritu.

La utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine